Infantilis Avidya
En la biblioteca un niño pasea un diccionario etimológico, descubre por primera vez que las palabras tienen herencia al leer que la palabra alba era a su vez albus en otra lengua, que en la suya también significa blanco. A su vez aprendió que en otro tiempo la palabra rival se refería a aquel que vivía a orillas del río, es decir un amigo para él.
Se sintió incomodo, molesto. Creyó que las palabras servían para encadenarlo a un tiempo — a su tiempo—, y que lo mismo le había sucedido a todas las personas que existieron. Pensó que una persona de hace mil años podría vivir en el futuro si tan sólo hablara como él, o que él podría viajar al pasado si le diera el mismo significado que tenían las palabras hace mil años.
Su emoción aumentó cuando la idea de ser el primer niño del futuro viviendo en el presente le pasó por la mente si creaba nuevas palabras o le daba nuevos significados a las ya existentes. Pero pronto todo se derrumbó para él al entender que de nada servía si los otros no las usaban, no las conocían. Concluyó que a las personas no les quedaba de otra que vivir en su tiempo. Entonces como acto de rebeldía, a su tierna edad, decidió no pertenecer ni al presente, ni al pasado ni al futuro, permitiendo que en su mente y en su lengua y en su voz se reposara el blanco olvido de la palabra.
6 de mayo de 2025